sábado, 12 de julio de 2014

Coraje prudente

Lo sabía. Aun antes de levantarse esa mañana. Lo sabía mientras arrastraba con pesadez sus pies hasta la ducha y mientras desayunaba en silencio, reuniendo argumentos en su cabeza. Y también cuando finalmente se puso el abrigo y salió a la calle, soportando con estoicismo la helada invernal. Lo sabía en el subte, aprisionado entre los cuerpos igualmente malhumorados de cientos de oficinistas. Lo sabía en el momento en que atravesó las cuatro cuadras que separaban la estación de su trabajo. Y cuando finalmente cruzó la entrada y saludó con un gesto desganado a la recepcionista cadavérica. Lo sabía al colocar el código de ingreso, pisar la alfombra dudosamente aseada y caminar hasta la puerta de la oficina del gerente. Lo sabía al sentarse en la silla frente al escritorio principal, observando con odio los adornos pomposos, los portarretratos dorados llenos de sonrisas falsas y las cortinas pasadas de moda. Y claramente lo sabía cuando le dijo que era una excusa de ser humano. Que sus hijos eran crías de una especia demoníaca en extinción, cruza de Satán con rata sarnosa de alcantarilla. Que los únicos valores que conocía eran los que le detallaba a diario su bróker. Lo sabía mientras que, con ingenio desmedido, se reía sin piedad y lo llamaba ególatra, poca cosa e infeliz. Y cuando le aulló con sarcasmo que se iban a hundir, él y todos sus súbditos lamebotas, junto a esa empresa infame de capitales fantasmas. Lo sabía al pronunciar cada uno de los cuatrocientos improperios que había repasado durante tanto tiempo. Lo sabía cuando se paró de un respingo y salió, triunfante, la cabeza en alto y el alma en paz. Lo sabía. Eran las 8 AM y la oficina estaba vacía. Y su jefe estaba de vacaciones en Disney.

PD: Este cuento es parte de Vislumbrando Horizontes, antología de cuentos cortos de Editorial Libróptica.

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